miércoles, 5 de mayo de 2010

Mi Avilés (Pilar)

Como tantos otros nací en el Avilés de principios de los 60.
Como tantos otros, en aquellos años, mis padres habían llegado de fuera buscando más que un futuro, la esperanza de un presente abierto. Buscando una vida nueva en una ciudad que con ellos también se hacía nueva.

Como supe años después, los de Avilés de toda la vida se miraban entonces sorprendidos comentando:
-¡Ay nina! ¡Cuánto coreano! ¡Cuánta casa! ¡Cuánta fábrica!
- Ay Avilés. ¡Quién te ha visto y quién te ve!

Poco a poco, como la empresa, como la villa, fui creciendo. No era consciente, pero, según lo hacíamos sentí que necesitábamos mantener el contacto con las raíces, con la esencia. Sí ya sé, entonces aun no era común pero el sentimiento empezaba a crecer.
Y aprendí a conocer Avilés. Aprendí a sentirla, a querer descubrirla y a querer sentirme una pieza más en su engranaje.

Aquellos primeros años descubrí que de Avilés no gustaba su color humo ni su olor. Descubrí que la contaminación de la ría y del cielo ocultaba la belleza real. Y me daba rabia.
Y lo descubrí cuando de forma inconsciente prefería no mirar a la Ría, y mucho menos en marea baja. Y me daba, de alguna manera, vergüenza.
Y lo descubrí viendo la nube gris que flotaba sobre ella cuando mirabas desde la Ermita de la Luz. Y lo descubrí cuando llegaba de vuelta a casa y ya el olfato me lo anunciaba a través de aquella recién nacida autopista “Y” que llenos de orgullo ante la novedad empezábamos a usar.
Eso sí, de aquel Avilés del tópico -de los niños que nacían de placenta negra y que estaban condenados a sentir como el hollín se posaba sobre su futuro igual que lo hacía sobre los poyos de las ventanas, día tras día-, ya no queda nada. Afortunadamente, y con el empuje de todos, a esa realidad le hemos dado la vuelta.

Este Avilés nuestro, tan pequeño y tan rico. Este Avilés lleno de barrios con personalidad pero a la vez tan único. Mis hijos se rieron de mí cuando comenté que nací en el “Arbolón”, -Como los monos- dijeron ellos. Pero… ahí empezaba mi unión a esta tierra que ahora es también la suya.

Me sentí una más en las manifestaciones en contra de los recortes en la empresa y me dio miedo que todo aquello que me había visto hacerme como persona pudiera cambiar. Me sentí orgullosa de sus tradiciones, su patrimonio, su historia, su arte y cultura pasados y presentes, eternos y vivos.

Comprobé como en esta pequeña villa nuestra por un lado siguen resonando algunos de los sonoros apellidos de los de “toda la vida” y por el otro empiezan a marcar el ritmo como nuevos instrumentos integrados en la orquesta otros nuevos. Todos ellos aparecen en nuestras instituciones, en nuestros medios de comunicación, en nuestro día a día. Sin dejar de ser estamos empezando a ser un Avilés renovado sin por ello perder su esencia.

Comprobé como entornos naturales, restos arqueológicos, monumentos, instituciones, tradiciones, emblemas, etc. aún vigentes y con proyección de futuro me hacen sentirme un eslabón más en la cadena de este conglomerado de experiencias y sensaciones que de alguna forma me hacen ser quien y como soy.

Comprobé que aunque a menudo mi cuerpo no esté en ese mi Avilés sentido, sí que he encontrado donde fijar mis raíces y estoy encantada con ello. Y quise compartirlo.

1 comentario:

  1. Qué bonito relato, Pilar.Se nota que te ha salido de muy adentro. Muchas gracias por compartirlo, por dejar un poquito de tu corazón en nuestro blog.

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