Uno de los lugares favoritos de mi infancia fue San Juan de Nieva. En cuanto empezaba a hacer bueno, mi abuelo José, que como había sido ferroviario viajaba gratis, nos subía al Vasco, a mi madre, a parte de mis hermanos —los pequeños se quedaban en Oviedo al cuidado de mis tías—, a mi hermana y a mí, y nos llevaba a pasar la tarde a la playa.


(Espigón de S. Juan de Nieva)
Recuerdo perfectamente la maroma a la que nos agarrábamos para mojarnos, la arena dorada en la que jugábamos con los cubos y las paletas, las piedras del espigón y el merendero en el que mi abuelo nos compraba helados.
Una de aquellas tardes, en las que el tiempo se torció al poco de llegar, mi abuelo, con tal de no tener que devolvernos a casa tan temprano, decidió invitarnos a merendar al Café Colón.
En mi memoria quedó la imagen de una ciudad destartalada, gris, sucia y triste —también la del chocolate con churros en el Colón y los juegos en el Parque del Muelle—, que no varió en la media docena de veces que regresé, siempre de paso, siempre sin detenerme.
Pero, en 1985, la Vida quiso que mi primer destino definitivo como maestra fuera aquí, en el CP Marcos del Torniello.
En aquella época los colegios tenía la jornada partida, así que, quienes no vivíamos aquí, nos veíamos en la necesidad de comer fuera de casa. Uno de esos días, alguien sugirió cambiar el bar del barrio por un restaurante en el centro, al que llegaríamos dando un paseo.

Una de aquellas tardes, en las que el tiempo se torció al poco de llegar, mi abuelo, con tal de no tener que devolvernos a casa tan temprano, decidió invitarnos a merendar al Café Colón.
En mi memoria quedó la imagen de una ciudad destartalada, gris, sucia y triste —también la del chocolate con churros en el Colón y los juegos en el Parque del Muelle—, que no varió en la media docena de veces que regresé, siempre de paso, siempre sin detenerme.
Pero, en 1985, la Vida quiso que mi primer destino definitivo como maestra fuera aquí, en el CP Marcos del Torniello.
En aquella época los colegios tenía la jornada partida, así que, quienes no vivíamos aquí, nos veíamos en la necesidad de comer fuera de casa. Uno de esos días, alguien sugirió cambiar el bar del barrio por un restaurante en el centro, al que llegaríamos dando un paseo.

(Ayuntamiento de Avilés con su Parche recuperado)
Subimos por Rivero hasta la plaza del Ayuntamiento, recorrimos la Ferrería para salir a la Muralla, dónde me reencontré con el Parque del Muelle, y subimos por la Cámara hasta La Fragata, donde comeríamos.
No daba crédito a lo que veían mis ojos. Yo, que había estudiado el patrimonio histórico-artístico de medio mundo, no tenía ni idea de que Avilés, que estaba a cuatro pasos de mi casa, guardara un catálogo completo de estilos artísticos, desde el románico de los Padres al modernismo del Conservatorio, pasando por el barroco de Camposagrado, y nadie, en todos los años de licenciatura en Hª del Arte, me lo había mencionado.
Fue en aquel momento cuando decidí empezar a conocer los tesoros de esta ciudad y, además, transmitirlos, en primer lugar a mi alumnado y luego a quien quisiera escucharme.

No daba crédito a lo que veían mis ojos. Yo, que había estudiado el patrimonio histórico-artístico de medio mundo, no tenía ni idea de que Avilés, que estaba a cuatro pasos de mi casa, guardara un catálogo completo de estilos artísticos, desde el románico de los Padres al modernismo del Conservatorio, pasando por el barroco de Camposagrado, y nadie, en todos los años de licenciatura en Hª del Arte, me lo había mencionado.
Fue en aquel momento cuando decidí empezar a conocer los tesoros de esta ciudad y, además, transmitirlos, en primer lugar a mi alumnado y luego a quien quisiera escucharme.

(Con un grupo de compas, frente a Camposagrado, en junio de 2009)
Desde entonces he compartido mi amor por Avilés, de la que me enamoré aquel medio día de hace casi veinticinco años, con muchas personas, adolescentes y adultas. He visto sorpresa y admiración en muchos ojos, también incredulidad, algunas veces desinterés, pero, sobre todo, he tenido la sensación de haber sembrado, en muchos corazones, la semilla de mi pasión por esta Villa, de la que, hace ya muchos años, me siento parte.
Muy guapo. Como avilesina me emociona, y me confirma que tenía razón, la ciudad incluso cuando estaba "fea" en los 70 y 80 era interesante, quizás no para una foto turística, pero era una ciudad que bullía, teníamos la mayor proporción de gente joven de Europa (creo), y eso también es patrimonio. Tan sólo nos hacía falta creernoslo y limpiar un poco la villa. Ha funcionado ¿verdad?
ResponderEliminarClaro que ha funcionado, Elena, a la vista está, gracias, sobre todo, al grandísimo patrimonio humano que tiene esta ciudad.
ResponderEliminarHabía que creérselo y había que darlo a conocer, porque no hay quien no se sorprenda y no se admire de cómo está esta ciudad.
Emma